Martes 11 de Junio de 2013
La obra, con actuaciones de Ricardo Darín y Valeria Bertuccelli, narra cómo un vínculo de amor se vuelve vulnerable con el correr de los años. La directora es Norma Aleandro.
El trío que conforman Ricardo Darín y Valeria Bertuccelli con Norma Aleandro como directora de la obra que interpretan en el Maipo, la clásica "Escenas de la vida conyugal" de Ingmar Bergman, prometía éxito total desde que se anunció el proyecto.
Este fin de semana finalmente la versión teatral adaptada por Fernando Masllorens y Federico González del Pino vio la luz, con localidades agotadas en todas sus funciones.
La pieza se estructura en siete cuadros que retoman distintos momentos de la vida del matrimonio para narrar algo muy íntimo de la relación. La pareja protagónica suaviza la intensidad del relato de las distintas situaciones que atraviesa, enfatizando los costados humorísticos de las mismas, con dejos de triste sarcasmo, en una sucesión de cuadros bien engarzados por la dirección de Aleandro.
Más allá de las risas del público y de la feliz adhesión que siente al ver sobre tablas a dos actores muy queridos del quehacer artístico nacional, la vulnerabilidad absoluta de estos dos seres aislados en su conflictiva relación, a lo largo de la trama, queda al descubierto y se manifiesta en un resultado actoral atractivo.
El dolor de ambos miembros del matrimonio, cuya mutua ligazón permanece en el tiempo, muchas veces parece condensarse en la gestualidad sutil de Valeria Bertuccelli en la piel de Mariana, una criatura persistente para amar.
La interesante dinámica de la obra se basa en un juego escénico donde la dupla actoral -propietaria exclusiva de la escena- entra y sale con eficiencia de su respectivo personaje, traspasando la cuarta pared. Esta apuesta interpretativa logra hacer cómplices a los espectadores de sus comentarios o acotaciones sobre la trama, para luego volver con rapidez al texto sin perder feedback con la platea. El público se transforma entonces en partícipe, voyeur privilegiado de lo que sucede sobre el escenario.
Los integrantes de la dupla, en este cuento, viven una rutina cómoda, con buenos empleos, dos hijas, sendas agendas repletas de compromisos sociales y una sorprendente lealtad -con aires de tiranía- a los mandatos y convenciones de sus respectivas familias de origen.
Según pasan los años -más de 20- los otrora jóvenes decididos a cambiar el mundo, quienes apostaban a una historia de amor compartida, se convirtieron en un dúo conviviente -a veces parecen dos hermanos, dos niños a la deriva- amurallado por el aburrimiento.
En esta lógica del desencanto y las compensaciones, estos dos seres vulnerables intentan criar a dos hijas sin mucha autoridad y enfrentan como pueden las tribulaciones existenciales, siempre en un tono medido y afable.
La despojada escenografía de Juan Lepes, capaz de transformar al elegante lecho matrimonial en un elemento clave, armoniza con el ajustado vestuario de Renata Schussheim y la intimista iluminación de Omar Possemato, que subraya ciertas aristas emocionales de los personajes en la obra.
